¿Qué haces cuando las personas que te importan se encuentran a cientos o miles de kilómetros de distancia?
¿Qué ocurre cuando tu vida se desarrolla entre puntos y lugares tan distantes que nuestra geografía particular acaba configurando un mapa a lo largo y ancho de todo el globo? ¿En qué momento las personas y los lugares comienzan a difuminarse tras nosotros?
Llegar, establecerse, construir un microcosmos repitiendo el mismo patrón una y otra vez, intentando mantener un equilibrio entre lo que perdemos, lo que ya no vemos, no olemos, no tocamos, no oímos ni sentimos y lo que se abre ante nosotros a cada nueva llegada.
Todos necesitamos sentir la pertenencia a un lugar, reconocernos en otros, confiar y compartir alguna parcela de nuestra cotidianidad, por pequeña que sea.
Una suma constante asociada irrevocablemente a una pérdida constante. Una vida nómada de continuos inicios. Un día más/un día menos. ¿Cómo podemos no ser vulnerables a todo esto?
“Lo que no se ve” trata de resolver de algún modo estas situaciones. Para ello, establece tres círculos que rodean a la persona: la pareja, la familia y los amigos. A estos tres círculos nos aferramos para poder pertenecer a algo o a alguien, y acaban por conformar nuestra identidad.
